Nos destruiran a todos!

lunes, 29 de septiembre de 2008

Dos amantes del montón

Cuando subió al colectivo que habría de llevarla hasta el lugar convenido, la emoción la embargaba.
Dos años. Dos años habían pasado desde la última vez que se habían visto. En ese momento ella pensó que una persona podía cambiar mucho en dos años. Pensó en lo mucho que ella había cambiado en ese tiempo. Más allá de su apariencia física, había cambiado su mentalidad, su forma de enfrentar la vida, había dejado de ser una niña. Se había convertido en una mujer.
Pensó en lo mucho que podría haber cambiado él, aunque compartían conversaciones por internet o por teléfono, la verdadera personalidad de una persona no se deja ver de esa forma. Ella sabía que él había cambiado, pero no tenía idea de cuánto.
-Buenos días, un peso por favor.
Cuando por fin tomo su asiento, un recuerdo le vino a la mente. Ella estaba tomando ese mismo colectivo, hace dos años, pero en el recorrido de vuelta, se acababa de despedir de él, y ahora le mandaba un mensaje a su celular que decía:
-Creo que me estoy enamorando otra vez de vos.
Si los minutos fueron horas, ella no lo supo, en ese momento sólo quería que él le respondiera. Quería saber si él sentía lo mismo, si no había sido su imaginación la que la había traicionado cuando lo sorprendió mirándola sin sentido aparente, o los abrazos repentinos, o ese “te quiero tanto” que le dijo al momento de despedirse.
Ella necesitaba saber. Y al fin lo supo. Un mensaje nuevo entraba en el celular, y decía.
-Creo que a mí me pasa lo mismo.
Pero había pasado mucho tiempo desde ese mensaje, y habían pasado muchas cosas, muchas personas en el medio, había pasado de todo, pero no se habían vuelto a ver.
-Ya estoy llegando, esperame eh?
Al fin había llegado el momento, se paró, tocó el timbre y un minuto después estaba bajando del dichoso colectivo. No sabía si era real, pero sentía que las manos y las rodillas le temblaban, no podía disimular los nervios.
Se encaminó hacia la escalinata de la plaza, y lo vió. El también había cambiado, se notaba en su cara, en sus gestos, era un hombre.
Cuando él la vio fue como si una luz lo hubiera iluminado, todo su cuerpo expresó alegría. Todo se tradujo en felicidad. Y es que no importaba cuánto hubieran cambiado los dos, ellos se iban a reconocer igual, porque un amor así nunca se olvida.
Cada paso era infinito. Cada paso era un segundo menos que faltaba para llegar a él. Y por fin llegó, él no le dio tiempo ni a decir “hola”, que la agarró entre sus brazos y la abrazó como solo él sabía abrazarla. Y creo que en ese momento fue cuando se dieron cuenta los dos. El sentía su respiración en el cuello, que le erizaba la piel. Ella sentía los latidos de su corazón enajenado, que hacia tanto tiempo no latía así.
Nunca habían necesitado palabras, ¿Por qué iban a necesitarlas ahora?
La tomó de la mano y se sentaron en un banquito cercano, entonces él con su cabeza todavía en su pecho le preguntó:
-¿Me querés?
Y ella se tomó su tiempo para responder.
-No…
Entonces el no entendió su respuesta, quizás porque esperaba otra, quizás porque pensó que no había entendido la pregunta. Y en ese momento su mundo se desvaneció. Pero justo cuando él se estaba acostumbrando a la soledad. Ella completo su respuesta.
-…te amo.

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