Cumpleaños feliz. La espera a que lleguen los invitados es como la calma antes de la tempestad. Silencio, no hay mas que silencio. Y entonces llega la tormenta. Gente. Adultos, niños, hablando, corriendo. Comida en cualquier parte. Gritos, risas, melancolías. Algún que otro regalo (son pocos los que verdaderamente gustan). El teléfono, que maniático suena, y sólo una persona tiene que atenderlo. La familia que alguna vez se separó, hoy se vuelve a unir. Sólo una ocasión así lo puede lograr. La torta, la coronación de la fiesta. Todos cantan felices, como si nunca hubiera pasado nada. Cantan y olvidan. Tres deseos, que todos sabemos que no se cumplen, y aún así se siguen pidiendo. Las velas que víctimas de niños emocionados, son sopladas una y otra vez, hasta que encuentran una diversión más. Ahora se la corta y se la reparte, los niños comen y ensucian todo lo que este a su alcance. Algunos adultos la niegan, pensando que si no la toman, todo lo que devoraron anteriormente no tendrá efecto en su cuerpo. En cambio los otros adultos resignados, aceptan un pedazo, y se “sacrifican”.
Pero ,como en cualquier celebración, llega el momento de las despedidas. Los “llamame uno de estos días”, típicas promesas que nunca se cumplen. Los “que termines bien el día”, son solo frases de rutina. Besos y abrazos por doquier. La gente sale, se cierra la puerta, y lo único queda es calma.
Silencio.
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